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POSETITEL MUZEYA (1989)

Ficha técnica

Título inglés: A Visitor to a Museum
Nacionalidad: URSS / República Federal Alemana / Suiza
Productora: CSM Productions / Goskino / Lenfilm Studio
Director: Konstantin Lopushanskiy
Guion: Konstantin Lopushanskiy
Dirección de fotografía: Nikolai Pokoptsev
Música: Vladimir Deshov, Viktor Kisin y Alfred Shnitke
Intérpretes: Viktor Mikhaylov, Vera Mayorova, Vadim Lobanov, Irina Rakshina, Aleksandr Rasinsky
Duración: 128 m.

El principal problema de establecer categorías genéricas está en la aparición de todos aquellos puntos ciegos donde las etiquetas se vienen abajo. Son espacios donde la mixtura y la falta de definición echan por tierra todas las definiciones que se hayan podido hacer, construyendo una tierra de nadie aparentemente estéril, donde pocos exploradores se atreven a adentrarse. Por eso es donde, a veces, se esconden los últimos tesoros por encontrar. Aunque para ello se tenga que cavar muy profundo.

A Visitor to a Museum no contiene aquellos elementos visuales que lo puedan anclar a un género como el de la ciencia ficción. Sin embargo, sí posee un ambiente peculiar, una serie de extraños significantes que, si no lo emparentan con el mencionado género, sí que lo hacen con el más amplio del fantástico: su fotografía y su música crean una ambientación repleta de extrañeza, un mundo paralelo a la realidad cotidiana y reconocible que nos acompaña diariamente. Así, cualquier detalle que aparezca en pantalla, por mínimo que pueda ser, adquiere un significado nuevo, misterioso, casi sobrenatural, haciendo saltar las alarmas sobre que aquello que estamos contemplando está contenido en otro plano de la existencia. Uno que puede estar por ocurrir.

Aquí acompañamos a un viajero, un explorador disfrazado de turista, que arriba a un lugar de características especiales: un gigantesco basurero, un espacio dominado por la suciedad donde otros seres humanos viven aislados por miedo a algo invisible. La extrañeza del paisaje y de las situaciones que el protagonista se encuentra no parecen ser mayores que las nuestras. De hecho, los primeros fotogramas de la película contienen algunos elementos que otorgan un tono onírico a lo mostrado: no solo por esa luz roja que ilumina al hombre que comenzamos a seguir, navegando a bordo de lo que podría ser la barca de Caronte atravesando las aguas de la laguna Estigia (por lo que esa otra orilla a la que arriba confirmaría su sentido infernal) mientras alguien le grita "loco", sino sobre todo por varias miradas que arroja a la cámara mientras dice "¿Qué quieres de mí?". Podríamos pensar que se refiere a nosotros, espectadores del inicio de su periplo, aunque más bien podría estar interpelando a dios, quien, a través del realizador y guionista de la película, observa a un personaje que está a punto de encontrarse con él (como veremos durante el transcurso del filme).

Así pues, comenzamos a encontrar distintos elementos de índole fantástico que nos remiten a un mundo futuro en el ámbito de lo plausible, arrojando su argumento datos dispersos según transcurre su metraje: catástrofe medioambiental que ha contaminado las aguas, maldiciendo al género humano de tal forma que la mitad de los nacidos contienen taras físicas, psicológicas y mentales. Efectivamente, la humanidad ha comenzado a dividirse entre "normales" y "degenerados", viendo los primeros entre el miedo y la repugnancia hacia los segundos, utilizándoles en algunas ocasiones como esclavos o sirvientes. Observamos en el protagonista un sentimiento de hastío y resignación hacia esta situación: no le vemos cómodo en el lugar donde se aloja, una antigua estación meteorológica a orillas del mar, donde observa actitudes de desprecio hacia estos seres humanos de características especiales. Pero, ¿por qué ha llegado allí, un lugar que parece el fin del mundo en todos los aspectos?

Poco a poco, comenzamos a descubrir algunos de los misterios de tan insólito paraje: la marea baja de forma drástica, descubriendo durante siete días un pasaje de tierra hacia un museo, un lugar mítico y lleno de misterios que el protagonista ha decidido visitar aprovechando sus vacaciones laborales. Sin embargo, su estancia en aquel hospedaje, esperando la retirada de las aguas (nuevamente una referencia mítico-religiosa: en concreto y evidentemente, Moisés), devendrá en una transformación personal: esas personas repletas de taras se agarran a la religión como expresión de su tortura vital, y toman a nuestro hombre como el esperado mesías que los liberará de sus ataduras materiales. Comenzará entonces un serial de rituales y exorcismos hasta reducirle a un ser catatónico, estado que superará para emprender la definitiva búsqueda de un dios que se niega a mostrarse.

Al analizar Letters from a Dead Man, ya hablamos de la especial relación del cine de Konstantin Lopushanskiy con el de Andrei Tarkovsky, fundamentalmente al haber ejercido tareas de asistente de producción en Stalker (1979), observando de primera mano la técnica de su maestro. Debido a ello, sus estilos y el sentido de sus películas son muy similares, observando numerosas concomitancias formales y argumentales: largos planos secuencia, profundos silencios y numerosos soliloquios que ilustran un conflicto existencial derivado de un significativo vacío espiritual, en unos entornos áridos que magnifican un extremo sentimiento de ansiedad. En A Visitor to a Museum, cualquiera podría confundir el sentido de su reflexión general, proponiendo a esos "indeseables degenerados" como fervorosos y radicales seguidores de Cristo, asimilando su tara mental con su religiosidad (en concordancia con la línea ideológica dominante en la Rusia soviética, laica y laicista). Sin embargo, un vistazo no demasiado minucioso nos invita a pensar en sentido contrario: la película se posiciona sin ninguna duda al lado de esos seres espirituales, no solo por oposición a esos otros "normales" (personas antipáticas, recelosas, soberbias, hedonistas, despreciables, etc.), sino por el amor con el que están filmadas sus miradas, plenas de gran sencillez y bondad, en las que se contiene la gran esperanza para una humanidad desahuciada de un planeta al que ha maltratado, abusando de él hasta su agotamiento.

Esta último aspecto es el que parece guiar el sentido de la película, pues, como en Letters from a Dead Man, el espectro del desastre de Chernóbil parece planear sobre sus fotogramas: un país y una sociedad demacrados por la catástrofe, cuyas cicatrices aún supuran radioactiva enfermedad. Más que un accidente, la consecuencia directa de su propio engreimiento, la soberbia de un sistema incapaz de mantener el ritmo del progreso sin devastar su medioambiente. Restos de un accidente que se transmiten de padres a hijos, generación tras generación, maldiciendo la estirpe de aquellos que fracasaron en su intento de crear un paraíso en la Tierra. Y, mientras tanto, dios sin aparecer, sin dar señales de su existencia para ofrecer consuelo y esperanza. Así es como se retrata el vacío del hombre moderno: caminado hacia el apocalipsis.

 

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