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NEBO ZOVYOT (1959)

Ficha técnica

Título castellano: Batalla más allá del sol
Título inglés: The Sky Calls
Nacionalidad: URSS
Productora: A.P. Dovzenko Filmstudio
Dirección: Mikhail Karzhukov y Aleksandr Kozyr
Guion: Mikhail Karzhukov , Evgeniy Pomeshchikov y Aleksey Sazonov
Dirección de fotografía: Nikolai Kulchitsky
Efectos especiales: G. Lukashov y Y. Schvech
Música: Yuli Meitus
Intérpretes: Ivan Pereverzev (Yevgeny Petrovich Kornev), Aleksandr Shvorin (Andrei Gordienko), Konstantin Bartashevich (Klark), Mikhail Belousov, Larisa Borisenko (Olvra)
Duración: 71 m.

Tras los primeros grandes logros en materia de cosmonautica —el lanzamiento del primer satélite artificial, el Sputnik I, y la llegada al espacio exterior del primer ser vivo, la perrita Laika a bordo de la Sputnik 2, ambos en 1957— y antes de la fiebre generada por las primeras sondas llegadas a Venus —que propiciaron producciones como Der schweigende stern (1960) y Planeta Bur (1962)—, en la Unión Soviética se pensaba que la lucha por el espacio no estaría en la Luna, sino en Marte. Es comprensible: siempre hemos mirado a ese planeta como a un hermano pequeño, soñando con aterrizar algún día en su superficie para colonizarlo, a pesar de su insoportable aridez. Su proximidad ha atraído a la especie humana con una misteriosa fuerza gravitatoria y, al bautizarlo con el nombre del dios de la guerra, los humanos presentimos que su conquista sería un acto bélico, de pura conquista: su dominación será un proceso de lucha, contra su superficie y contra nosotros mismos.

Algo de ello hay en esta temprana producción sobre la carrera espacial, aquella guerra científica y tecnológica que mantuvieron las dos grandes superpotencias terrícolas por saber quién era el primero en realizar una proeza mayor que la anterior. Como en toda película de propaganda —el cine lo es por definición, pero los comunistas elevaron esta característica varios niveles—, los soviéticos son gente de paz, prestos a la cooperación, mientras que a «los otros» —nunca se deja claro en su argumento su nacionalidad, mencionando tan solo que son miembros de una «gran corporación», ligando así su falta de ética a la economía capitalista para ofender a todos y a ninguno a un mismo tiempo— solo les mueve su afán por llegar los primeros a Marte, cueste lo que cueste. Así, cometerán la imprudencia de iniciar su misión antes de tiempo, sin haber realizado los necesarios cálculos, dirigiéndose directamente hacia el sol. Los magníficos hijos de Marx y Lenin abortarán su misión para salvarlos, ofreciendo alguno de ellos su vida por aquellos que desprecian tanto la propia vida como su planeta de origen.

Más allá de toda su parafernalia ideológica, Nebo zovyot adolece de demasiadas fallas artísticas: deficiente dirección, malas interpretaciones y unos efectos especiales que, como mínimo, provocan ternura —después de que el espectador se haya acostumbrado a su simplicidad—. Su propuesta se acerca más a la fantasía que a la ficción, denotando que, en aquellos años, cualquier aproximación al espacio exterior se formulaba dentro de los límites de la especulación por el gran desconocimiento que había en torno al universo y sus efectos físicos. Sin embargo, algunos de sus mejores valores se encuentran, precisamente, en ese espíritu especulador que lastra ciertos aspectos de su propuesta: no solo, como en su argumento, diversas vicisitudes han impedido que más de medio siglo después no hayamos pisado la superficie marciana, sino que algunas de las naves que aparecen en sus fotogramas anunciaban parte de lo que estaría por venir: la forma de recuperar los cohetes a través del retroaterrizaje anticipaba la nueva era inaugurada por Elon Musk y su empresa SpaceX, cuyo objetivo irrenunciable en nuestros días es, precisa y curiosamente, ese Marte añorado por los soñadores soviéticos.

Pero si esta película ha hecho correr ríos de tinta no ha sido por sí misma, sino a su pesar, pues varios años después sufrió un proceso de «vampirización» —o, como alguien lo ha definido mejor, de «bastardización»— a manos de un carente de escrúpulos Roger Corman —quien había comprado los derechos para su exhibición en Norteamérica—y un Francis Ford Coppola que comenzaba su carrera cinematográfica por aquellas fechas, quien remotó su metraje para transformar por completo su argumento, eliminando cualquier vestigio ideológico. En resumidas cuentas —pues los detalles de semejante atraco los desarrolló perfectamente Rubén Higueras Flores en su capítulo "Reescritura y reciclaje de la ciencia ficción socialista en Hollywood", incluido en el libro colectivo Red Planet Marx. La conquista soviética del espacio (Tyrannosaurus Books, 2016), editado por el Festival de Cine Fantástico de Sitges—, la falta de legislación en materia de intercambio comercial entre los capitalistas y los comunistas se saldó con una apropiación que, si ser ilegal, al menos nos parece inmoral a día de hoy [1]. Sus desastrosos efectos todavía pueden rastrarse hoy en día, pues la página de referencia mundial para la consulta cinematográfica, IMDb, no distigue entre las dos, mezclando en su información los datos de ambas, haciéndolas indistinguibles cuando, sin ninguna duda, son hermanas de distintos padres antes que gemelas.

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[1] Los soviéticos tampoco eran «hermanitas de la caridad», pues un mismo procedimiento llevaron a cabo en multitud de ocasiones para su propio provecho; uno de los más flagrantes fue la de robar a principios de los años ochenta el diseño de las minicámaras japonesas Cosina CX-1 para crear sus famosas Lomo Kompakt.