Título inglés: We Called Him Robert / His Name Was Robert
Nacionalidad: URSS
Productora: Lenflim Studio
Director: Ilya Olshvanger
Guion: Lev Kuklin y Yuri Printsyov
Director de fotografía: Edgar Shtyrtskober
Música: Andrei Petrov
Intérpretes: Oleg Strizhenov (Robert / Sergei), Marianna Vertinskaya (Tanya), Vladimir Pobol (Gennadi),
Mikhail Pugovkin (Knopkin), Marcel Marceau
Duración: 93 m.
¿Conocen a alguna persona que le haya puesto a su hijo su
mismo nombre, creando (o, incluso, perpetuando) no solo una tradición familiar,
sino un sinfín de (a veces, divertidas) confusiones? Son numerosos los
psicólogos que han puesto el grito en cielo ante este maligno hábito,
denunciando los perjuicios que suponen para los hijos, quienes deben vivir toda
la vida bajo la sombra de su progenitor, forzados a cumplir unas expectativas
difíciles de conseguir.
Algo parecido pasa en esta película soviética, pues el robot
protagonista y que da título a la película ha sido creado como clon físico de
su creador, a imagen y semejanza de un “padre” de laboratorio. Ya hay algo de
siniestro en dar a un robot forma humana (lo que se conoce como “androide”),
pues el debate filosófico que propicia da para varios congresos con sus
consiguientes libros. Y es que no es el humano el que se cuestiona la moralidad
del acto, sino el robot quien se pregunta sobre su condición, interrogándose
sobre la existencia a través de la suya propia y por qué los seres humanos
tratan de inculcarle la máxima capacidad intelectual y emocional si, al final,
va a ser observado como un simple objeto.
La vida de Robert va a ser, desde el principio, la de un
“ser” utilizado y utilizable, un comodín vital para su creador, pero que, por
su apariencia humana, va a ser la diana de los ataques emocionales de terceras
personas. Pues de la misma manera que a veces, de una manera impulsiva y poco
reflexionada, otorgamos a los animales comportamientos humanos cuando no dejan
de ser actos irracionales propios del instinto, las acciones de Robert se
observan como premeditadas, cuando en realidad es un ser blanco, simple, sin
maldad, que percibe su entorno y lo interpreta literalmente, sin miedo al
ridículo o a la ley.
Incapaz tanto de amar como de odiar, Robert proyecta lo que
cada ser humano desea en el otro debido a sus propias carencias sociales o
emocionales. Algo parecido al “efecto Kuleshov”, donde el rostro del actor Iván
Mozzhujin expresaba distintos sentimientos según la imagen con la que se le
relacionase, permaneciendo su cara en todo momento estática, hierática y neutral.
No es, por lo tanto, en absoluto gratuito que en un momento de este filme
aparezca el mimo francés Marcel Marceau, que termina desesperado por las
continuas interrupciones involuntarias de Robert. Un gesto definitivo para
comprender que, a pesar de todas nuestras convenciones sociales y los esfuerzos
por ocultar nuestras emociones, somos pura fibra sensible. Lo mejor de nosotros
no lo depositamos en un montón de circuitos y válvulas, sino que lo guardamos
en nuestro interior.
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