Productora: DEFA Studio für Spielfilme
Dirección: Herrmann Zschoche
Guion: Angel
Vagenshtain (novela) y Willi Brückner
Dirección de fotografía: Günter
Jaeuthe
Música: Günther
Fischer
Intérpretes: Cox Habbema
(Prof. Maria Scholl), Ivan Andonov (Daniel Lagny), Rolf Hoppe (Prof. Oli Tal), Vsevolod
Sanaev (Kun, el piloto)
Duración: 82 m.
Uno de los indicadores que miden la influencia de un producto es su capacidad para propagar su fondo y su forma en el espacio y el tiempo, pero sobre todo en su momento, provocando un impacto en la cultura de la humanidad de tal manera que todo (o casi todo) parece orbitar a su alrededor. Es aquello que se denomina con el término de «moda», que en estadística refiere a aquel elemento que más se repite dentro de un conjunto, y que en el ámbito cultural atiende a todo aquello que influye de tal modo en la sociedad que se transforma en un paradigma que sobrepasa sus fronteras, tanto las físicas como las intelectuales y/o espirituales.
El panorama mundial a finales de los años sesenta presentaba un agitación que no se había visto desde los años treinta, cuando el mundo se precipitó a un conflicto de ámbito planetario. Los Estados Unidos casi no se habían repuesto del asesinato en 1963 de John F. Kennedy, cuando también murieron en atentados el activista Malcolm X (1965), el predicador Martin Luther King (abril de 1968) y el hermano del fallecido presidente y candidato demócrata a la presidencia, Robert F. Kennedy (junio de 1968). Precisamente este mismo año de 1968, más al sur, en México D.F. se produjo el 2 de octubre la matanza de la Plaza de las Tras Cultural de Tlatelolco, donde murieron asesinados centenares de estudiantes (las cifras oscilan entre las 200 y las 1500 personas). En Europa se vivían momentos de cambio, encabezados por el mayo parisino y la Primavera de Praga como arietes de otras protestas en diferentes puntos del continente.
En este clima político, cultural y social, y coincidiendo con los preparativos de la llegada del hombre a la Luna, a principios de abril del significativo año del '68 se estrenó 2001: una odiesea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick), y su impacto mundial fue tan espectacular que revolucionó la forma en la que comenzó a verse y producirse toda relación del ser humano con el espacio: se potenció lo verosímil en detrimento de la fantasía, al mismo tiempo que se empezó a ligar el viaje físico por el vacío con el trayecto iniciático que espiritualmente debería iniciar la humanidad si quería explorar más allá de su atmósfera, manteniendo la mente abierta para cualquier encuentro.
Porque el término «viaje» (trip, en su acepción inglesa) iba más allá de un mero trayecto físico (como se encargó de enfatizar el departamento de publicidad de la película 2001): también tenía mucho que ver con el uso de drogas y/o alucinógenos que tan de moda estaban en la época, y que habían generado la llamada «cultura hippie». Así, el astronauta Bowman (Keir Dullea) se interna al final de su trayecto en un túnel hecho de luces de colores, adentrándose en una contemplación de la historia del mundo en la que el espacio y el tiempo se fusionan en un espectáculo compuesto por incertidumbres y paradojas, por respuestas a las que aún no se ha formulado las correspondientes preguntas, y por un destino final en forma de principio (el anciano se convierte en un feto nonato) haciendo buena la máxima nietzscheana del eterno retorno.
Llegando por fin, después de un largo y duro preámbulo, a esta Eolomena (1972), el espíritu del «chamán» Kubrick también se instaló en la sensibilidad de su inesperado alumno Herrmann Zschoche, el realizador germano-oriental de esta película, que se intoxicó del carácter lisérgico de 2001 a través de una serie de imágenes abstractas que pueblan asímismo su universo visual: efectos visuales que remiten al «viaje» narcótico necesario para conseguir la trascendencia de nuestra condición física [1] o, al menos, para poder sobreponernos a un viaje interestelar que denote nuestras limitaciones.
Por otra parte, cabe destacar al hecho de que esta película tiene una protagonista femenina, la profesora Maria Scholl (Cox Habbema), un elemento no demasiado habitual, sobre todo en un género como la ciencia-ficción. Pero, además, y sobreponiéndose a su propio tiempo, este personaje adopta actitudes que, suponían en aquella época, serían las que dictarían el entorno femenino en el futuro como promesa de un mundo mejor: fuerte liderazgo profesional e independencia social hacen de ella un paradigma digno de ser aplaudido, llegando su autonomía hasta el punto de ser quien lleve la iniciativa sexual en sus relaciones sin ser juzgada por ello [2].
Sin embargo, esta película está plagada de defectos (argumentales, artísticos, técnicos, etc.) que hacen que no pueda ser tomado como uno de los mejores ejemplos de ciencia-ficción socialista: su confuso montaje, su ramplona realización, unos paupérrimos decorados o un argumento demasiado simple para las expectativas generadas en un principio hacen poca atractiva su recomendación, más allá de contemplar con ojos nostálgicos, propios del gusto por lo retro, una película que nos muestra cómo veían los comunistas alemanes un futuro en el que ellos jamás podrían participar.
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[1] Circunstancia necesaria para unirse a los extraterrestres que en la novela El fin de la humanidad, de Arthur C. Clark, argumento que primeramente quiso adaptar Kubrick, pero cuyos derechos ya estaban adquiridos, recurriendo al «plan B» de escribir una nueva historia «a cuatro manos» que se titularía 2001: una odisea del espacio.
[2] A pesar de lo que se pueda pensar, pues normalmente se cree que en los países del Pacto de Varsovia había una gran represión sexual, algunos estudios y artículos periodísticos destacan la satisfecha vida sexual que los habitantes de la Europa comunista, sobre todo las mujeres, pudieron disfrutar durante varias décadas.
Llegando por fin, después de un largo y duro preámbulo, a esta Eolomena (1972), el espíritu del «chamán» Kubrick también se instaló en la sensibilidad de su inesperado alumno Herrmann Zschoche, el realizador germano-oriental de esta película, que se intoxicó del carácter lisérgico de 2001 a través de una serie de imágenes abstractas que pueblan asímismo su universo visual: efectos visuales que remiten al «viaje» narcótico necesario para conseguir la trascendencia de nuestra condición física [1] o, al menos, para poder sobreponernos a un viaje interestelar que denote nuestras limitaciones.
Por otra parte, cabe destacar al hecho de que esta película tiene una protagonista femenina, la profesora Maria Scholl (Cox Habbema), un elemento no demasiado habitual, sobre todo en un género como la ciencia-ficción. Pero, además, y sobreponiéndose a su propio tiempo, este personaje adopta actitudes que, suponían en aquella época, serían las que dictarían el entorno femenino en el futuro como promesa de un mundo mejor: fuerte liderazgo profesional e independencia social hacen de ella un paradigma digno de ser aplaudido, llegando su autonomía hasta el punto de ser quien lleve la iniciativa sexual en sus relaciones sin ser juzgada por ello [2].
Sin embargo, esta película está plagada de defectos (argumentales, artísticos, técnicos, etc.) que hacen que no pueda ser tomado como uno de los mejores ejemplos de ciencia-ficción socialista: su confuso montaje, su ramplona realización, unos paupérrimos decorados o un argumento demasiado simple para las expectativas generadas en un principio hacen poca atractiva su recomendación, más allá de contemplar con ojos nostálgicos, propios del gusto por lo retro, una película que nos muestra cómo veían los comunistas alemanes un futuro en el que ellos jamás podrían participar.
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[1] Circunstancia necesaria para unirse a los extraterrestres que en la novela El fin de la humanidad, de Arthur C. Clark, argumento que primeramente quiso adaptar Kubrick, pero cuyos derechos ya estaban adquiridos, recurriendo al «plan B» de escribir una nueva historia «a cuatro manos» que se titularía 2001: una odisea del espacio.
[2] A pesar de lo que se pueda pensar, pues normalmente se cree que en los países del Pacto de Varsovia había una gran represión sexual, algunos estudios y artículos periodísticos destacan la satisfecha vida sexual que los habitantes de la Europa comunista, sobre todo las mujeres, pudieron disfrutar durante varias décadas.